Querida mía:
Quizás debo comenzar pidiéndote
perdón por la increíble carta que te escribí anoche. Mientras la escribía tu
carta reposaba junto a mí, y mis ojos estaban fijos, como aún ahora lo están,
en cierta palabra escrita en ella. Hay algo de obsceno y lascivo en el aspecto
mismo de las cartas. También su sonido es como el acto mismo, breve, brutal,
irresistible y diabólico.
Querida, no te ofendas por lo que
escribo. Me agradeces el hermoso nombre que te di. ¡Sí, querida! ¡"Mi hermosa
flor silvestre de los setos", es un lindo nombre¡ ¡Mi flor azul oscuro,
empapada por la lluvia! Como ves, tengo todavía algo de escritor. También te
regalaré un hermoso libro: es el regalo del escritor para la mujer que ama.
Pero, a su lado y dentro de este amor espiritual que siento por ti, hay también
una bestia salvaje que explora cada parte secreta y vergonzosa de él, cada uno
de sus actos y olores. Mi amor por ti me permite rogar al espíritu de la
belleza eterna y a la ternura que se refleja en tus ojos o derribarte debajo de
mí, sobre tus suaves senos, y tomarte por atrás, como un cerdo que monta una
cerda, glorificado en la sincera peste que asciende de su trasero; glorificado
en la descubierta vergüenza de tu vestido vuelto hacia arriba y en tus bragas
blancas de muchacha y en la confusión de tus mejillas sonrosadas y tu cabello
revuelto.
Esto me permite estallar en lágrimas
de piedad y amor por ti a causa del sonido de algún acorde, o cadencia musical,
o acostarme con la cabeza en los pies, trasero con trasero, sintiendo tus dedos
acariciar y cosquillear mis testículos. O sentirte frotar tu trasero contra mí
y tus labios ardientes lamer mi pene, mientras mi cabeza se abre paso entre tus
rollizos muslos y mis manos atraen la acojinada curva de tus nalgas y mi lengua
lame vorazmente tu sexo rojo y espeso. He pensado en ti casi hasta el desfallecimiento
al oír mi voz, o murmurando para tu alma la tristeza, la pasión y el misterio
de la vida y al mismo tiempo he pensado en ti haciéndome gestos sucios con los
labios y con la lengua, provocándome con ruidos y caricias obscenas y haciendo
delante de mí el más sucio y vergonzoso acto corporal. ¿Te acuerdas del día en
que te alzaste la ropa y me dejaste acostarme debajo de ti para ver cómo lo
hacías? Después quedaste avergonzada hasta para mirarme a los ojos.
¡Eres mía, querida, eres mía! Te
amo. Todo lo que escribí arriba es un solo momento, o dos, de brutal locura. La
última gota de semen ha sido inyectada con dificultad en tu sexo antes que todo
termine, y mi verdadero amor hacia ti, el amor de mis versos, el amor de mis
ojos, por tus extrañamente tentadores ojos cafés, llega soplando sobre mi alma
como un viento de aromas. Mi pene esta todavía tieso, caliente y estremecido
tras la última, brutal envestida que te ha dado cuando se oye levantarse un himno
tenue, de piadoso y tierno culto en tu honor, desde los oscuros claustros de mi
corazón.
Nora, mi fiel querida, mi pícara
colegiala de ojos dulces, sé mí puta, mi amante, todo lo que quieras (¡Mí
pequeña amante! ¡Mí pequeña puta de mierda!), mi hermosa flor silvestre de los
setos, mi flor azul oscuro empapada por la lluvia...
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