jueves, 30 de enero de 2014

Teresa Wilms Montt, escritora chilena.

(1893 - 1921)
Hay vidas, historias, situaciones, que con solo tocarlas sangran. Esta es una de ellas, la de Teresa Wilms Montt.
¿Cómo encontrar los elementos esenciales, sustantivos para lograr la materialización de lo inmaterial?
Teresa Wilms Montt, es ciertamente la figura de lo evanescente, inmaterial, ingrávida de la escena nacional.
Teresa Wilms, es perfil, creación, pasión difuminada en el tiempo.
Teresa es la fantasía, gracia y ensueño que olvidó la luna en su lecho de amor, ¡Teresa es un canto de libertad!

Es la gran ausente, que con voz de silencios, exora un pedazo de tierra natal. Porque han de saber, Teresa Wilms Montt, fue la gran desterrada de Chile. Y lo sigue siendo.
Su vida pasó como una estela por la tierra. Vivió y amó con pasión. Su comportamiento la llevó a un tribunal familiar y su condena: Enclaustramiento.
Sola, repudiada, sin la tuición de sus hijas, se autoexilió en Argentina. En su destierro escribió libros, integró círculos de la «intelligentsia» bonaerense, madrileña y parisina; y vivió sola... ¡Sola!
Meses antes de su muerte se reencontró con sus hijas en París, pero Elisita y Sylvia Luz, pronto retornaron con sus abuelos a Chile.


Cerca de la Navidad de 1921, una dosis de Veronal doblegó lo que no pudo la sujeción familiar ni social de su país. Días de agonía en el hospital Laënnec de París... Nadie estaba a su lado. El sábado 24 de Diciembre se apagó. Se fue en la luz de una estrella. Tenía veintiocho años.
Ahora reposa cerca de Oscar Wilde y de Alberto Blest Gana. En el otro extremo del cementerio Père Lachaise yacen Edith Piaf y los amantes Eloisa y Abelardo. Duermen ahí también Chopin, Molière, Musset, Prousy y Colette. Sólo rompe esta quietud del mármol, el canto de los pájaros que hacen requiebros de amor en cada primavera.
Con Teresa Wilms, se fue la innovación y el refinamiento; la gracia y el talento; la bondad y la belleza, y una audacia emancipadora, rara en las mujeres de su época.

Sus admiradores bonaerences pensaron un día levantarle una escultura en blanco mármol y fundar con algunos de sus paisanos una morada poética en un suburbio de Valparaíso, «La Casa amiga», y Thérèse de la Cruz, tallada en piedra sobre una chaise-longue ensoñadora y confidente.
Hoy sus libros editados en Buenos Aires y Madrid (1917-1918-1919), son joyas de museo.
Las niñas y niños de Chile y América, no leen sus cuentos primorosos. Su autora, Teresa Wilms, no figura en planes ni programas.


Los cafés de la bohemia de Teresa, ya no existen. En su lugar, bancos, aparcamientos, rascacielos o supermercados, los reemplazan. Como ella, que lo tenía todo, se esfumaron en románticas galaxias de olvido, en brumas de aurora.

«Teresa Wilms Montt: Un canto de libertad», Ruth Gonzáles-Vergara, 1993.



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