Siempre
supe que eramos una familia rara. Para empezar, estaba yo: muy alto,
muy flaco, muy pelirrojo. Mi mamá era linda, pero diferente a las otras
mamás, tenía algo sólido, algo rectangular y poco sentimental.
Papá era
más normal, siempre tenía tiempo disponible. Después de dejar de enseñar
en la universidad, a los 50 años, estaba eternamente disponible para
charlar o para dejarme ganar en ping-pong.
Estaba el hermano de mamá, el tío Desmond, quien siempre está
impecablemente vestido y pasando el día siendo, pues, el tío Desmond.
Era el hombre más encantador y menos astuto que pudieras conocer. Tenía
la mente en otras cosas, aunque nunca averiguamos qué eran. Y,
finalmente, estaba Catherine (Katie, Kit-Kat), mi hermana. En una casa
de sacos y peinados rectos había una... ¿Cómo la describo? Una cosa de
la naturaleza. Con sus ojos de duende, sus camisetas púrpura y sus pies
siempre descalzos. Era entonces, y aún es, para mí, la cosa más
maravillosa del mundo.
Tuve una buena infancia. Llena de ritmos y patrones repentinos. Cuando tenía 21 años, todavía merendábamos en la playa a diario. Tirábamos piedras y comíamos sándwiches, verano e invierno, sin importar el clima. Y los viernes por la noche, una película... sin importar el clima.
Tuve una buena infancia. Llena de ritmos y patrones repentinos. Cuando tenía 21 años, todavía merendábamos en la playa a diario. Tirábamos piedras y comíamos sándwiches, verano e invierno, sin importar el clima. Y los viernes por la noche, una película... sin importar el clima.
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